martes, 6 de enero de 2009

Qué negra ni (Myriam Toker)

Qué negra ni bemba, yo no soy negra como dicen, y no me llames negra. En la isla andaba yo en mis plantas, ve tú anda,  mira las huellas y dime, culo chato, de qué color son.

Tizne tengo, sí, como todos los que tienen alma. Los que no entintan van en mil patas y viven bajo las piedras, o es que están muertos. Mira lo que digo, es que tengo a los muertos bailoteando alrededor desde que pisé esta tierra. Ay, madre, qué zumba con aquél niño muerto. No era mucho después de yo haber venido, no tanto, no, si los zapatos me achucaban los pies todavía, que encontraron al babito ido, en mi trabajo.

Ido, me escuchas, como los viejos, o los tiroteros, con los ojitos que ya no veían y las puntas de los dedos moradas. Eso lo vi yo solamente aquí, porque en la isla, uá. En medio del supermercado,  la madre loca si te imaginas, y el niño que se le había escapado, ni cuatro años tenía, y allí estaba, tiradito ‘onde los frutos secos, porque sí, que ya estaba ido y si te cuento por qué, te vas tú. Mira bien, en medio de la gente y de la comida, así no más muertito. Ay, sí que en la isla no se te va un babito así, madre. Sólo que te lo tiroteen los de la coca, que ya se encargará de ellos el Maldito que los cría. O que se te vaya con la fiebre, que el sanitario cuando tiene para gasolina, si tiene, se le ocurre pasar para las lluvias, pero a la seca, con el mosquito, que es cuando tiene que pasar, ni asoma. Si lo has visto dime, que yo tampoco. A la seca, te dejan en la tierra caliente a que te frías. Así sí, claro, cómo vas a lucharle a la Mala. Viene con los dedos flacos y elige cuanto babito quiere, y qué,  si queda con hambre se lleva a un viejo seco de calor. Pero en mi trabajo, ah, bueno, ya te lo ves. Que si hay frío afuera, le dan aire caliente adentro, que si calienta afuera, enfrían adentro. Y comida, escucha, más que en la selva y que en toda la isla. Vete, junta todas las gallinas y los chivos, trae la fruta del monte, y no es más que un montoncito al lado de lo que hay en mi trabajo. Si quieres leche, estira el brazo. Lo estiras otra vez, y carne, maíz y vino. De todo hay en mi trabajo, no lo voy a saber yo, que palo y trapo todo el día. Y no es un mercado, es un padre mercado. Aquí sí que no hay ni seca ni hambre, y dicen que hay guerra; no conocen la isla. ¿Cómo se les va a ir un babito? Atragantao con una avellana, ni de hambre ni de bala. Que te coma el diablo, un accidente, ya ves, aquí, atrangatao con una avellana.

Vamos, dime de dónde eres. Que yo sé. ¿Ves estas uñas mías como vaina larga? Mira, se me arruga el dedo y se pone negro al juntito de la uña. A ver tus uñas. Dime de dónde eres y yo te digo yo lo mío, vamos. ¡Ah! Lo sabía. Bueno, que sí, que yo soy negra. Pero me da el santo y los siete que me digan negra aquí. Que para ellos es como sin nombre y sin madre y sin muerto que le acompañe. Yo que los tengo a todos enterrados en la isla, negros y contentos debajo de la selva. Tú también habrás notado que chicos tienen los dientes aquí, y eso que eso, que tienen para comer, y tanto que lo meten en latas. ¡Latas de leche, escucha! Que metan en la lata la chiva con el cuerno, eso falta. Por eso que te piden papeles, de hartos que están de cosas y de gente. Ya no saben quién es quien. Aquí puse el pie con los zapatos nuevos y ¡choss! ya me habían agarrado en una foto. Y me dijeron “negra”, qué negra ni bemba. Ya sé yo a quién le dicen negra éstos, que a mí ya era que me envainaron hace tiempo, me encharutaron y me fumaron. ¡Humo!

Te dije culo chato, pero no te quería daño a ti. Tú me dijiste negra y tan sonando. Estamos par, el hacha al tronco, y al fuego juntos, ¿ahá?

Pero que me digan negra estos pescados fríos. Mira no más el dueño del mercado, el hermano del ministro, qué talante, diz que tiene como cinco mercados, y viene de compras como cualquier doña. A qué te crees,  en la isla no tendremos zapatos, pero los ricos no se bajan del blindado, vamos, si no sabemos ni quiénes son, menos verlos de compras, trala y lala con los empleados. ¡Pero ni el jefe de la coca se abaja tanto los calzones! Y este loco, aquí,  se pasea entre los chorizos y los fideos. Cómo que no me crees, si lo veo yo en mi trabajo, tieso como caña pelada, un calaverón sin tripa con el abrigo que le cuelga, y  te digo qué, que no tiene labios. Ni arriba ni abajo, y los dientes así chiquitos, de mamón. Sé por qué te lo digo. Que sí que lo conocí, al que le volaron la boda los terroristas y que salió en los diarios. Aquí tienen tiroteros, ya ves, y peor: tienen tirabombas. Y ¿te sabes quién fue? La misma novia. Há. Tanta ley, tanta policía, tanto buscar papeles y sellarte hasta las ganas, va y se les casa un ricachón con una tirabomba. Agárrate más fuerte, porque se la encontró acá, en su propio mercado, sí que sí, hermanito, si la chivita era una de las cajeras. ¿Que si la conocí? Hasta las tripas. Claro, la que salió en los diarios. ¿Y a esa cabra  loca no la dicen negra? Ah, no. Que tenía papeles ella y su madre y su abuela. Qué la van a decir, pero ahí tienes, se calzó con fuego la barriga y a volar, madre. Perdón, negra sin uñas gato sin cola, se me van las manos cuando hablo. ¿Te hice mal? Pero las uñas no me las quito, no, que ya me tuve que enrapar las trenzas. Me vieras en la isla, ah no, no era esta pelona que friega y calla. Te gusta reír, pero claro, a mí también, si el chivo al campo. Me tengo que reír. Si supieras las caras de vela que se ven ahora en mi trabajo, el buche se te achica: por los aires como cinco de nosotros el día de la bomba. De la boda. Ella, la cajera, toda de blanco, el caña del dueño más envarado todavía que ya es decir, y como iba el hermano ministro, la tele y los helicópteros y los soldados hasta que ¡chóss! quién se esperaba que la chiva se arrellena de bomba y se mata y lo mejor del cuento, siéntate, que el patrón salió vivo. Viudo la víspera, cómo te ríes así, no te rías, que me muero de risa. Y el patrón sigue viniendo por sus cosas, su manteca, su arrocito, su leche. Pero el que le lleva el carro, el encargado del mercado, ese matón, Dios sabe que no soy mala mula, ése por suerte sí que voló.

Cuando era solterito me lo topé yo al flaco del patrón que se quedó viudo sin casarse. Ya te lo imaginas, chá chá, viudo sin casarse, y de una tirabomba. La vieras. Bonita la chiva, de ojito carbón, cinturita y zapatito de taco. Pollerita, las piernas blancas como pollo hervido, y mucho rojo en la boca, que ya te dije, aquí no tienen labios. Parecía mansita y ternera, ni tarde ni temprano siempre en lo suyo de cajera, quién iba a decir con esa voz de soplar caramelo. Es que con fotografía y todo, aquí no se sabe quién es quien.  En la isla es fácil. Si ves a uno de verde con metralleta, chaqueta pintada de hojas como selva, si lo ves y tiene anteojo negro, si lo ves la mota corta al ras y se te viene de frente,  anda como te den los pies porque te agarra, y el tiro va más rápido que el hombre. Verde de frente será lo último que veas, y adiós. A rezar a tus santos. Pero aquí, qué. Ahí la tenías tan bonita, el culito de tambor para aquí y para allá y sin metralla, y no le va mejor mico que arruinarse la propia boda. Quién la entiende, se la pasaba por la calle los domingos dale que busca al que andaba sin trabajo. Y no me viene y me dice que vamos, que te animas, que te consigo el permiso, que en mi trabajo te toman, que Dios es grande. Pero para qué hacía todo eso, y mira que cuando encuentra marido se va y se mata. No me lo entiendo yo. Racatá con los derechos y con la lucha, estudiadita ella, meneadita, vete a saber. Pero que fuerte que hay que ser en esta vida.

A mí me dijo Carolero cuando me iba: «Tú sí que fumas duro, Caridad, mira que te casaras con uno ahí, y te volvieras a la isla rica y picante, sancochada de moneda para darle a Carolero. Tú sí que fumas duro, te va a ir bien». Así que me imaginé que me bajaba del avión y me topaba un hombre. Si Carolero mismo lo dijo. Dejé al Regalado y me vine. Dame cigarro. ¿Fueguito hay? Regalado no es nadie, el negro que me tomaba el aguardiente y me fumaba los cigarros. Bueno, y que me lo topaba y me casaba, con cura y cruz. Me llevaba a una calle como éstas, sin ni una víbora y toda empedrada, y me decía «Caridad, ésta es tu casa», y ahí nomás venía toda la policía y me regalaba unos papeles que decían que yo en realidad era de aquí. Y me llamaba señora de esto, o señora de aquello. Tenía un babito blanco y uno negro, uno blanco y uno negro, y volvía a la isla y me hacían una fiesta y el Regalado lloraba. Por eso, cuando andaba de aquí para allá limpiando, en el trabajo, y me llaman para la sección de los aceites y salgo a todo dale, guantes, gorra y balde, y con el carro le doy al caña de azúcar del patrón, pum, ahí me acuerdo del Carolero. Y el patrón se pone que tú tú, que chá chá, y se me tira encima el corpulón del encargado, lame culos, que le llevaba el carro de la compra. «Que el señor esto, que el señor  aquello, que pone más cuidado» me decía el corpulón del encargado y me hablaba con la voz de los tiroteros, empujón y todo. Limpiar el aceite te lleva el lomo, te lo digo, pero toparte con un hombre aunque sea caña de azúcar, ah. Ahí me puse yo, sin el aire y sin la madre, a pensar que me metían en el avión de vuelta a la isla por llevarme con el carro al dueño del mercado que se podía casar conmigo y darme seis bembitos, cuando lo veo que se toca el costillar y ahí sí  que se me vino el verde de frente. Me matan, me matan y yo que recién tengo el permiso de trabajo, pensaba, qué voy a decir yo, si para pedir perdón hay que arrugar la boca y cantar cucucucú, si yo no sé qué lo qué hablan. Pero el patrón le dice al tirotero que no, que me deje. En un cascás fue como ver al Regalado: el hombre es todo almíbar, que cómo se llama, que de dónde viene, que cómo la trata el país. Así me hablaba, y yo le entendía todo. Y te enteras que me da un beso, sí; coronada me creía, y se me va el Rey con la cajera ojo betún. ¿Le iba yo a armar un batuque? “Mira, Dios es grande, te agradezco el trabajo, pero el hombre es mío”. Que no, vaya el caña con moño y todo.

Pero qué te digo, que aquella le llevó el alma. El día del casamiento nos pusieron a todos nosotros un uniforme que decía bien grande “Supermercados La Victoria” porque iba la televisión, y yo con los guantes verdes. No te dejes engañar Caridad, me digo yo ahí, que se casa con ella pero te dio un beso a ti. Cuando la isla se seca, la tierra no está tan caliente como esos labios blancos que tenía, que no pareciera. Era como mi sueño, el cura y la iglesia, el novio y hasta el encargado cara de tirotero que parecía bueno, aunque a ése lo llamó el Maldito ese día. Pero no hay con qué, se vino todo rojo y ruido, y al altar y al cura y a la comparsa te los veías tirados por acá y por allá. 

Ella le llevó el alma. Si ahora me pasa por el costado así de cerca y es como que yo era un árbol. La corona, de zapato. Igual, es un flaco que parece de papel, de hoja seca, muñecón de carnaval, caretón, bicholuz, me va a importar, pescado crudo, pasa chupada, qué sabe Carolero. Que me iba a casar con el primero que me topo. Te imaginas, casada con el patrón. Como si me gustara.  Esta negra. Qué. 

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