viernes, 12 de diciembre de 2008

Padecimientos indescriptibles (Eduardo Jauralde)

Desde el aeropuerto, donde trabaja, Teresa vuelve a casa en metro. Ella prepara bandejitas de comida para los vuelos de largo recorrido. Trabajo minucioso, pero monótono, cansado. Si supiera el destino de las bandejitas... ¿Quién se comerá esta ración de ensaladilla rusa?, ¿para quién serán estas hojitas de lechuga?, se pregunta a veces. ¿Y si este vaso de plástico aterrizara en Lima o en Trujillo? La nostalgia se ha transformado en una compañera inseparable, compasiva. Al principio, la molestaba, quería separarse de ella, ser fuerte. Ahora no imagina su vida sin ese poso agridulce en el fondo de su corazón.

Durante el trayecto se adormece. Es como si viajara dentro de una burbuja impermeable, hecha de sueño, de fatiga, de dolor; insensible a todo lo que la rodea. Atenta sólo a la tensión en los músculos del cuello; a las filas de hormigas que trepan por sus piernas hasta más arriba de las rodillas hinchadas; a la nausea en la boca del estómago. El tren corre, las estaciones pasan, las luces se encienden y se apagan, los muñequitos suben y bajan, entran y salen, pero, en el fondo, nada se mueve, todo permanece igual: Teresa sabe que mañana ella volverá a estar derrumbada en este mismo asiento, viajará por estos mismos túneles. Se mira en la ventanilla, ve su perfil de ceniza flotando en la oscuridad, detrás del cristal. Mueve los labios:

¿Cuándo te jodiste, Teresita?

 

La habitación del piso compartido tiene una ventana que da a la calle: penumbra de día, parpadeo de luces amarillas durante las noches. Al entrar, Teresa agarra una botella de plástico que la espera en el suelo de baldosas, a la cabecera de la cama sin cabezal. El agua, caliente, perdió el sabor a cloro. Cuando termina de beber, se queda mirando la persiana atrancada a medio camino, que ni sube ni baja. Se saca las zapatillas deportivas, voltea la cabeza cuando le sube hasta la nariz el hedor de los pies encerrados desde por la mañana. Se tumba en la cama, un brazo por debajo de la almohada, el otro cruzado sobre la cara. Se mece, vuela, dormita en una espiral de palabras, de frases inacabadas, de pensamientos confusos: jirones que se desprenden de la nebulosa de su cerebro... me moriré en Madrid con aguacero, compatriota, con aguacero, pero antes hay que cumplimentar el impreso con mayúsculas de imprenta, de profesión maestra sin porvenir experta en bandejitas de comida aérea, hay golpes en la vida, intoxicados los pasajeros del vuelo sin retorno con destino a Lima, te jodieron Teresita, se atrancó la ventana, se atrancó el retrete, tirar de la cadena y vaciar la cisterna de los sueños... 

Vuelve en sí cuando oye el ruido de la puerta al abrirse o al cerrarse, no sabe. Su hermana Paola está parada en medio de la habitación con su chompa encarnada y sus pantalones vaqueros bien repletos de carne joven. Siente envidia al verla. Paola se acerca, se sienta a los pies de la cama y abre la mochila que ha dejado a sus pies.

─He traído pizzas y unos fantas. Las pizzas son del trabajo.

Teresa se sienta. Coge una lata y la abre. La sostiene con las dos manos entre las rodillas, como si quisiera calentarla.

─Soñé con mami ─Paola la escucha medio distraída, jugueteando con el móvil─. Soñé que se moría, le fallaba el corazón.

Paola guarda el móvil. Pellizca un trozo de pizza, habla con la boca llena.

─¿La llamaste hoy?

Teresa niega con un gesto. Se lleva la lata a los labios, bebe un trago.

─Lo que tenemos que hacer es que no se entere ─Paola mira a su hermana─ si se entera sí que se va a morir.

─Han pasado ya más de un mes ¿tú crees que no se ha enterado ya?

Paola echa un brazo sobre los hombros de su hermana y la atrae hacia sí. Le besa el pelo con sus labios grasientos de pizza, pero no le importa: Teresa tiene igualmente el pelo casposo, grasiento. Nunca fue linda, pero se cuida poco desde lo de su primo.

Sucedió durante la fiestecita del día ventiocho de julio, compatriotas, pisco y fervor patrio; música y bailes y barullo por toda la casa; Teresa se metió a su cuarto porque le estaba doliendo mucho la cabeza, esas fiestas acababan por cansarla, le parecían absurdas y deprimentes. Quiso dormir, pero sólo consiguió hundirse en un duermevela poblado de ruidos que retumbaban, la sobresaltaban. Pasada la medianoche vio entrar a su primo que era o decía que era su novio. Ella nunca había pensado que se casaría con él: bajito, nervudo, hablador, pendenciero y vanidoso. Verdad que las ayudaba con la camioneta de reparto cuando necesitaban transportar algún mueble, de vez en cuando convidaba a un refresco, un heladito. Se acercó a la cama y enseguida se sacó la polla, chúpamela, ordenó. Teresita apenas salida del sueño oyó la voz pastosa, miró los ojos ahogados por el alcohol, vio, a unos centímetros de su boca, el sexo repugnante; la paralizó el terror. Negó, sin poder hablar, temblando. Su negativa le enfureció ¡puta de mierda, carajo!

Teresita agradece la caricia de su hermana pequeña, se acurruca aún más contra ella:

─Me violó por delante y por detrás ─murmura en un susurro inaudible.

Paola se queda estupefacta, siente el temblor del cuerpo de su hermana bajo su abrazo.

─Tu siempre me dijiste que te había forzado a tener relaciones, pero eso... ¡que cabrón! Ahora pienso que no teníamos que haber retirado la denuncia. ¿A quién le tuvimos miedo? No podían hacernos nada peor.

─Acá no, pero allá. Ya lo hablamos. De repente se enojan con mami, le exigen que devuelva el préstamo... ─se separa de su hermana, deja la lata en el suelo, se incorpora y se queda parada al pie de la cama─ voy al baño ¿no tienes nada que lea?

Paola se inclina sobre la bolsa:

─Traje un diario viejo. Saca un artículo de Vargas Llosa, de tu admirado Mario ─sonríe recalcando la admiración.

Teresa recoge el periódico que le tiende su hermana y sale de la habitación. El baño está en un recodo del pasillo. Nada más cerrar la puerta siente la arcada. Le da tiempo apenas para voltearse y levantar la tapa del inodoro. Vomita como si le arrancaran las tripas. Cuando termina, se limpia la boca con papel higiénico. Luego, empapada de sudor, se sienta y despliega el periódico.

El artículo se titula “Operación jaque”. Habla de la liberación de Ingrid Betancourt. No entiende bien los vituperios de su compatriota, parece enojado con el mundo entero. Pero le gusta que compadezca a esa pobre mujer, que ensalce a quienes la sacaron del infierno. ¿La violarían también sus secuestradores? Mario habla de indescriptibles padecimientos. ¿Qué encerrará esa expresión? ¿Algo peor que el buitre que se come sus entrañas? Por televisión lucía radiante, no se le notaban nada las torturas ni los padecimientos indescriptibles. Ella sí que podría describir los suyos, la tortura que es su vida, pero ¿quién la escucharía?

Antes de salir, quiere lavarse la manos, enjugarse la boca. Alguien ha olvidado el tapón y en el lavabo a medio llenar queda un agua sucia en la que flotan dos o tres cabellos de mujer, largos. Una cucaracha chica ha caído allí también y pelea por salir. Teresa se queda observándola: cuando consigue despegarse del líquido asqueroso, trepa trabajosamente por la superficie blanca y lisa. Seguramente ignora el camino que le queda por recorrer. Al llegar a la mitad del trayecto, resbala de golpe y vuelve a caer. Permanece un instante inmóvil y enseguida sus patitas se ponen en movimiento buscando la pared de loza lisa por la que ha de trepar. 

lunes, 8 de diciembre de 2008

Luces de vidrio (Javier Luque)

Tercer premio del "II Premio Lorca de relato breve - Hegoak"

Giovanni se queda en silencio, con la mirada atrapada en la espalda desnuda de Jacobo… (enlaza al relato pinchando aquí y luego, si quieres, puedes regresar y dejar tu comentario)