Desde el aeropuerto, donde trabaja, Teresa vuelve a casa en metro. Ella prepara bandejitas de comida para los vuelos de largo recorrido. Trabajo minucioso, pero monótono, cansado. Si supiera el destino de las bandejitas... ¿Quién se comerá esta ración de ensaladilla rusa?, ¿para quién serán estas hojitas de lechuga?, se pregunta a veces. ¿Y si este vaso de plástico aterrizara en Lima o en Trujillo? La nostalgia se ha transformado en una compañera inseparable, compasiva. Al principio, la molestaba, quería separarse de ella, ser fuerte. Ahora no imagina su vida sin ese poso agridulce en el fondo de su corazón.
Durante el trayecto se adormece. Es como si viajara dentro de una burbuja impermeable, hecha de sueño, de fatiga, de dolor; insensible a todo lo que
¿Cuándo te jodiste, Teresita?
La habitación del piso compartido tiene una ventana que da a la calle: penumbra de día, parpadeo de luces amarillas durante las noches. Al entrar, Teresa agarra una botella de plástico que la espera en el suelo de baldosas, a la cabecera de la cama sin cabezal. El agua, caliente, perdió el sabor a cloro. Cuando termina de beber, se queda mirando la persiana atrancada a medio camino, que ni sube ni baja. Se saca las zapatillas deportivas, voltea la cabeza cuando le sube hasta la nariz el hedor de los pies encerrados desde por
Vuelve en sí cuando oye el ruido de la puerta al abrirse o al cerrarse, no sabe. Su hermana Paola está parada en medio de la habitación con su chompa encarnada y sus pantalones vaqueros bien repletos de carne joven. Siente envidia al verla. Paola se acerca, se sienta a los pies de la cama y abre la mochila que ha dejado a sus pies.
─He traído pizzas y unos fantas. Las pizzas son del trabajo.
Teresa se sienta. Coge una lata y
─Soñé con mami ─Paola la escucha medio distraída, jugueteando con el móvil─. Soñé que se moría, le fallaba el corazón.
Paola guarda el móvil. Pellizca un trozo de pizza, habla con la boca llena.
─¿La llamaste hoy?
Teresa niega con un gesto. Se lleva la lata a los labios, bebe un trago.
─Lo que tenemos que hacer es que no se entere ─Paola mira a su hermana─ si se entera sí que se va a morir.
─Han pasado ya más de un mes ¿tú crees que no se ha enterado ya?
Paola echa un brazo sobre los hombros de su hermana y la atrae hacia sí. Le besa el pelo con sus labios grasientos de pizza, pero no le importa: Teresa tiene igualmente el pelo casposo, grasiento. Nunca fue linda, pero se cuida poco desde lo de su primo.
Sucedió durante la fiestecita del día ventiocho de julio, compatriotas, pisco y fervor patrio; música y bailes y barullo por toda la casa; Teresa se metió a su cuarto porque le estaba doliendo mucho la cabeza, esas fiestas acababan por cansarla, le parecían absurdas y deprimentes. Quiso dormir, pero sólo consiguió hundirse en un duermevela poblado de ruidos que retumbaban,
Teresita agradece la caricia de su hermana pequeña, se acurruca aún más contra ella:
─Me violó por delante y por detrás ─murmura en un susurro inaudible.
Paola se queda estupefacta, siente el temblor del cuerpo de su hermana bajo su abrazo.
─Tu siempre me dijiste que te había forzado a tener relaciones, pero eso... ¡que cabrón! Ahora pienso que no teníamos que haber retirado la denuncia. ¿A quién le tuvimos miedo? No podían hacernos nada peor.
─Acá no, pero allá. Ya lo hablamos. De repente se enojan con mami, le exigen que devuelva el préstamo... ─se separa de su hermana, deja la lata en el suelo, se incorpora y se queda parada al pie de la cama─ voy al baño ¿no tienes nada que lea?
Paola se inclina sobre la bolsa:
─Traje un diario viejo. Saca un artículo de Vargas Llosa, de tu admirado Mario ─sonríe recalcando la admiración.
Teresa recoge el periódico que le tiende su hermana y sale de
El artículo se titula “Operación jaque”. Habla de la liberación de Ingrid Betancourt. No entiende bien los vituperios de su compatriota, parece enojado con el mundo entero. Pero le gusta que compadezca a esa pobre mujer, que ensalce a quienes la sacaron del infierno. ¿La violarían también sus secuestradores? Mario habla de indescriptibles padecimientos. ¿Qué encerrará esa expresión? ¿Algo peor que el buitre que se come sus entrañas? Por televisión lucía radiante, no se le notaban nada las torturas ni los padecimientos indescriptibles. Ella sí que podría describir los suyos, la tortura que es su vida, pero ¿quién la escucharía?
Antes de salir, quiere lavarse la manos, enjugarse
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